Se aproxima el momento de elegir a la máxima autoridad de la Universidad, todo parece indicar que será muy pronto y después de algo más de siete meses de un encargo consensuado a tres bandas (CES-Consejo Superior-AutoridadesDeUniversidad), que debía encontrar una salida negociada y alcanzar una solución definita en la designación del Rector; pero, hasta la fecha, no se cuenta con una salida y peor aún con una solución definitiva, y el encargo ya no es ni consensuado ni autorizado, al menos, para dos de las tres partes involucradas.
Han sido más de siete meses de incertidumbres, miedos y amenazas, en un ambiente de disputas y sospechas, también al interior de la Universidad, y de acusaciones graves, incluso por escrito, entre negociadores, con un balance negativo en la convivencia, la comunicación y la credibilidad.
En múltiples conversaciones, durante semanas y con varias personas de todos los estamentos de la Universidad, ha quedado claro para muchos que el futuro Rector tiene que garantizar no solo mínimos de convivencia en la comunidad académica, como la participación de docentes y funcionarios no partidizados en las decisiones, si no, además, dar garantías de respeto a las numerosas minorías y a los variados disensos, así como, también, garantizar la libertad de cátedra, y superar el estilo autoritario y el culto a la persona.
La calidad académica tendrá que ser efectivamente garantizada y no solo justificada con frases grandilocuentes, buenas intenciones y con los amigos, la calidad académica tiene relación directa con las formas democráticas y con una oferta multi, inter y transdiciplinaria...